domingo, 4 de octubre de 2015

El día que Mussolini arruinó los planes de Hitler

Mussolini y Hitler
"La Austria germana debe volver al acervo común de la patria alemana, y no por razón alguna de 
índole económica. No, de ningún modo, pues, aún en el caso de que esa unión considerada económicamente fuese indiferente o resultase incluso perjudicial, debería llevarse a cabo, a pesar de todo. Pueblos de la misma sangre corresponden a una patria común. Mientras el pueblo alemán no pueda reunir a sus hijos bajo un mismo Estado, carecerá de un derecho, moralmente justificado, para aspirar a una acción de política colonial. Sólo cuando el Reich abarcando la vida del último alemán no tenga ya la posibilidad de asegurar a éste la subsistencia, surgirá de la necesidad del propio pueblo, la justificación moral de adquirir posesión sobre tierras en el extranjero"


Desde el primer párrafo del Mein Kampf, Hitler ya mostraba sus ansias por expandir Alemania hasta los confines de la tierra, y poco le faltó. Casi toda Europa y el Norte de África estaban bajo el yugo del mayor embustero que la Historia haya conocido.

 Nacido en Austria, se hizo con el poder en Alemania y eliminó todo aquello que no era afín a sus gustos. Pretendió crear una Alemania aria, ‘’una raza pura’’, formada por una población alta, rubia y robusta, atléticos todos ellos, mientras él era un hombre moreno, de 1,75m de altura. ’’Hitler hacía poco ejercicio. Cuando iba a caminar a Los Alpes siempre lo hacía cuesta abajo, asegurándose de que un coche lo iba a recoger al llegar a la falda de la montaña’’ cuenta uno de los mayores expertos en el III Reich, el historiador británico Richard J. Evans.

Se autoerigió como un héroe de la 1ª Guerra Mundial, cuando fue el chico del correo, que corría por detrás de la línea del frente enviando mensajes de un lado para otro. Fue herido en la guerra del Somme (1916) y, al terminar la Gran Guerra, fue condecorado con la Cruz de Hierro de Primera Clase. Ironías de la vida, fue recomendado para dicho premio por Hugo Gutmann, un alto mando judío del ejército.

Röhm vigilado por la atenta mirada de Himmler
Además de mentiroso e ir a contracorriente de su propia lógica e ideario, se movía según le convenía. Claro ejemplo es el suceso con Ernst Röhm, creador de las SA, aquellos rudos y toscos que iban vestidos de camisas pardas dando palizas a diestro y siniestro. Adorador en exceso de la virilidad, no intentó ocultar su homosexualidad en un ambiente hostil donde la mayoría le señalaban. Esto pareció no importarle a Hitler a principios de los años 30. Sin embargo, cuando tomó la cancillería (1933), las SA, al no verse en los altos cargos de la nueva Alemania, comenzaron a dar problemas. Tanto, que Hitler actúo, pistola en mano, en la Noche de los Cuchillos Largos, en la cual se apresaron y aniquilaron a altos dirigentes de las SA. Hitler se presentó en plena noche en casa de Röhm para arrestarle. Además, detuvo a uno de los principales mandos de la SA cuando se encontraba en la cama con un joven de dieciocho años. Vuelta de timón, esta vez Hitler sí señaló la homosexualidad como ‘’prueba de corrupción de la moral de las SA’’. Röhm fue ejecutado en su celda dos días después, tras haber rechazado la propuesta de Hitler de suicidarse. Y tras él, entre 250.000 y 600.000 personas fueron deportadas a los campos de concentración por ser homosexuales hasta 1945.

Permitidme hacer una pequeña parada aquí para mencionar que tras el final de la II Guerra Mundial, en 1945, las víctimas homosexuales del Holocausto nazi no fueron reconocidas.  A principios de los 80 se comenzó a recordar a las víctimas olvidadas y no fue hasta 1985 cuando el presidente Richard von Wezsäcker reconoció a los homosexuales entre el grupo de víctimas.

Volviendo a nuestra historia, el primer paso de Adolf para crear su propio imperio y constituir la Gran Alemania que anhelaba era la anexión de Austria (Anschluss).

Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el Imperio austrohúngaro se desmembró, surgiendo de ella la República de Austria Alemana (Republik Deutsch-Österreich), que reclamaba su expansión mediante la anexión de aquellos territorios donde se encontrasen los germanoparlantes. Alemania a su vez también deseaba esta unión. Este sentimiento de unificación quedó respaldado por los plebiscitos que se llevaron a cabo, en los cuales se declaraba la voluntad de la población por la unificación. Sin embargo, este plan nunca vería la luz ya que ningún otro país aceptaba estas condiciones. Se firmó el Tratado de Saint Germain(1919) por el que Austria Alemana pasó a llamarse Austria, y se estableció que no habría anexión posible sin la aprobación de la Sociedad de Naciones. Mediante el Tratado de Versalles(1919) se prohibió a Alemania, entre otras cosas, unificarse con Austria. Surgió la I República de Austria.

E. Dollfuss detrás de Mussolini
Avanzando un poco en el tiempo, llegamos a 1932. Con Hitler encandilando en Alemania, en Austria subió al poder Engelbert Dollfuss, quien estableció un régimen autoritario hasta 1934 basándose en el fascismo italiano de Mussolini. Miembro del Partido Social Cristiano, promovió, con violencia, un estado según los principios de la Iglesia Católica y una ferviente oposición a la unión con Alemania. El Partido Nazi de Austria, apoyado con dinero y miembros desde Alemania, ejerció una oposición creando continuas tensiones. En 1933, Dollfuss, harto de los nazis por un lado, y los partidos de izquierda por otro lado, decidió gobernar por decreto, es decir, a modo de dictadura. Disolvió el Parlamento, al partido comunista,  a los nacionalsocialistas y a todo aquel se opusiera en su camino. En medio de este campo de batalla se encontraban los socialdemócratas que aclamaban por la democracia. Sin embargo, recibieron palos tanto por parte de Dollfuss como por parte de los nazis, así que emprendieron al exilio. El partido nazi austríaco iba acogiendo a todos aquellos que deseaban la unión con Alemania, y consiguieron reforzarse y organizarse, preparados para iniciar una revuelta. En febrero de 1934 Mussolini había garantizado la estabilidad de Austria, y en marzo se firmaron los Protocolos de Roma entre Austria, Hungría e Italia en el que, entre otras cosas, se garantizaba protección de Austria ante un intento de invasión.

Engelbert Dollfuss
El 25 de Julio de 1934 fue el pistoletazo de salida a la revuelta del partido nazi austriaco. Miembros del partido, comandados por hombres de las SS austriaca, intentaron tomar el Ministerio del Interior, la emisora de radio y la Cancillería. Aquellos que marcharon a los dos primeros lugares fueron descubiertos a tiempo y arrestados. Sin embargo, el resto consiguió entrar en la Cancillería, donde encontraron a Dollfuss y un pequeño grupo que opusieron resistencia. La resistencia cayó, y el canciller resultó herido y atrapado por los nazis, que rápidamente se vieron acorralados y fueron arrestados por las fuerzas del gobierno. En Alemania, Hitler estaba viendo una obra de Wagner mientras los sucesos se acometían. Finalmente, llegó hasta sus oídos que Dollfuss había muerto en el intento de golpe, pero que los perpetradores fueron atrapados. Contento por la caída del canciller, ya que era su principal escollo a la hora de  llevar a cabo la unificación con Austria, decidió seguir con su plan de teatro más cena para dar a entender que no tenía nada que ver con lo sucedido, cuando había sido él quien había impulsado el golpe desde Berlín.

Al otro lado de Austria, Mussolini se tiraba de los pelos (si hubiera tenido) ya que sabía de los avances en los planes de Hitler. En el norte de Italia (Alto Adigio), había una alta presencia de austriacos, que, ante una hipotética anexión de Austria por parte de Alemania, acarrearía problemas.
 Por aquel entonces, Hitler no era del agrado de Mussolini. El fascista italiano veía el movimiento Nazi como ‘’un hijo degradado del fascismo’’ y detestaba el antisemitismo de Hitler, ya que incluso dentro del movimiento fascista de Mussolini, había judíos. El historiador Renzo de Felice comentó ‘’En aras de la alianza con Hitler, Mussolini sacrificó sin vacilar a los judíos italianos, aunque realmente no creía en su culpa […]. Del mismo modo que sacrificó espontáneamente a los judíos a Hitler, si hubiera sido aliado de Stalin había sacrificado otra cosa. El aliado de Hitler se convirtió en antisemita’’. Sobre el Mein Kampf, Mussolini opinaba que era ‘’un tomo aburrido que nunca sería capaz de leer’’. Tan distintos y a la vez tan parecidos, que un día decían negro y otro decían blanco.

Tras la muerte de Dollfuss, Mussolini, ante la inminente invasión de Hitler, envió a la frontera con Alemania a cinco divisiones, a sabiendas de que sería un conflicto con pocas posibilidades de éxito para el bando italiano. Sin embargo, Hitler, al enterarse del movimiento de Mussolini, se estremeció de los nervios. Si ocurría aquel conflicto, solo habría dos salidas posibles. La primera, el presidente Hindenburg firmaría la paz con Austria e Italia, y se desharía de Hitler en la cancillería. Por el contrario, si se entablaran en combate, Alemania estaba en inferioridad ante las tropas italianas y austriacas, además de estar aislada a nivel internacional. Esta dicotomía hizo entrar en cólera, más aún, a Hitler, que se mesaba de su pseudo-bigote. Fue entonces cuando tomó la salida política. Envió a su vicecanciller Franz con Papen (merecedor de un artículo) a Viena para llegar a un acuerdo. Las condiciones, aceptadas por Hitler, fueron una marginación a los nazis de Austria por parte de Berlín, entrega de los asesinos de Dollfuss que consiguieron escapar y la renuncia de la anexión de Austria
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Todos respiraron tranquilos, ya que entrar en un nuevo conflicto no traería beneficios a ninguna de las partes. Hitler dejó de lado el asunto de Austria, aunque no tardaría en volver a la carga, esta vez con éxito, cuando en 1938 se produjo la tan ansiada anexión de Austria, tras un empoderamiento de Alemania, y una firma secreta entre Berlín y Roma en 1936, proporcionando Hitler a Mussolini ‘’el Mediterráneo como un mar italiano’’ y participando comúnmente en la guerra civil española junto a los falangistas.