Mussolini y Hitler |
"La Austria germana debe volver al acervo común de la patria alemana, y
no por razón alguna de
índole económica. No, de ningún modo, pues, aún en el
caso de que esa unión considerada económicamente fuese indiferente o resultase
incluso perjudicial, debería llevarse a cabo, a pesar de todo. Pueblos de la
misma sangre corresponden a una patria común. Mientras el pueblo alemán no
pueda reunir a sus hijos bajo un mismo Estado, carecerá de un derecho,
moralmente justificado, para aspirar a una acción de política colonial. Sólo
cuando el Reich abarcando la vida del último alemán no tenga ya la posibilidad
de asegurar a éste la subsistencia, surgirá de la necesidad del propio pueblo,
la justificación moral de adquirir posesión sobre tierras en el extranjero"
Desde el primer párrafo del
Mein Kampf, Hitler ya mostraba sus
ansias por expandir Alemania hasta los confines de la tierra, y poco le faltó. Casi
toda Europa y el Norte de África estaban bajo el yugo del mayor embustero que
la Historia haya conocido.
Nacido en Austria, se hizo con el poder en
Alemania y eliminó todo aquello que no era afín a sus gustos. Pretendió crear
una Alemania aria, ‘’una raza pura’’,
formada por una población alta, rubia y robusta, atléticos todos ellos,
mientras él era un hombre moreno, de 1,75m de altura. ’’Hitler hacía poco ejercicio. Cuando iba a caminar a Los Alpes siempre
lo hacía cuesta abajo, asegurándose de que un coche lo iba a recoger al llegar
a la falda de la montaña’’ cuenta uno de los mayores expertos en el III Reich, el historiador británico Richard J. Evans.
Se autoerigió como un
héroe de la 1ª Guerra Mundial, cuando fue el chico del correo, que corría por
detrás de la línea del frente enviando mensajes de un lado para otro. Fue
herido en la guerra del Somme (1916) y, al terminar la Gran Guerra, fue
condecorado con la Cruz de Hierro de Primera Clase. Ironías de la vida, fue
recomendado para dicho premio por Hugo
Gutmann, un alto mando judío del ejército.
Röhm vigilado por la atenta mirada de Himmler |
Además de mentiroso e ir
a contracorriente de su propia lógica e ideario, se movía según le convenía.
Claro ejemplo es el suceso con Ernst Röhm,
creador de las SA, aquellos rudos y toscos que iban vestidos de camisas pardas
dando palizas a diestro y siniestro. Adorador en exceso de la virilidad, no
intentó ocultar su homosexualidad en un ambiente hostil donde la mayoría le
señalaban. Esto pareció no importarle a Hitler a principios de los años 30. Sin
embargo, cuando tomó la cancillería (1933), las SA, al no verse en los altos
cargos de la nueva Alemania, comenzaron a dar problemas. Tanto, que Hitler
actúo, pistola en mano, en la Noche de
los Cuchillos Largos, en la cual se apresaron y aniquilaron a altos
dirigentes de las SA. Hitler se presentó en plena noche en casa de Röhm para arrestarle. Además, detuvo a
uno de los principales mandos de la SA cuando se encontraba en la cama con un
joven de dieciocho años. Vuelta de timón, esta vez Hitler sí señaló la
homosexualidad como ‘’prueba de
corrupción de la moral de las SA’’. Röhm fue ejecutado en su celda dos días
después, tras haber rechazado la propuesta de Hitler de suicidarse. Y tras él,
entre 250.000 y 600.000 personas fueron deportadas a los campos de
concentración por ser homosexuales hasta 1945.
Permitidme hacer una
pequeña parada aquí para mencionar que tras el final de la II Guerra Mundial,
en 1945, las víctimas homosexuales del Holocausto nazi no fueron
reconocidas. A principios de los 80 se
comenzó a recordar a las víctimas olvidadas y no fue hasta 1985 cuando el
presidente Richard von Wezsäcker
reconoció a los homosexuales entre el grupo de víctimas.
Volviendo a nuestra
historia, el primer paso de Adolf para crear su propio imperio y constituir la
Gran Alemania que anhelaba era la anexión de Austria (Anschluss).
Tras la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), el Imperio austrohúngaro se desmembró, surgiendo de ella
la República de Austria Alemana (Republik
Deutsch-Österreich), que reclamaba su expansión mediante la anexión de
aquellos territorios donde se encontrasen los germanoparlantes. Alemania a su
vez también deseaba esta unión. Este sentimiento de unificación quedó
respaldado por los plebiscitos que se llevaron a cabo, en los cuales se
declaraba la voluntad de la población por la unificación. Sin embargo, este
plan nunca vería la luz ya que ningún otro país aceptaba estas condiciones. Se
firmó el Tratado de Saint Germain(1919)
por el que Austria Alemana pasó a llamarse Austria, y se estableció que no
habría anexión posible sin la aprobación de la Sociedad de Naciones. Mediante
el Tratado de Versalles(1919) se prohibió a Alemania, entre otras cosas,
unificarse con Austria. Surgió la I República de Austria.
E. Dollfuss detrás de Mussolini |
Avanzando un poco en el
tiempo, llegamos a 1932. Con Hitler encandilando en Alemania, en Austria subió
al poder Engelbert Dollfuss, quien
estableció un régimen autoritario hasta 1934 basándose en el fascismo italiano
de Mussolini. Miembro del Partido
Social Cristiano, promovió, con violencia, un estado según los principios de la
Iglesia Católica y una ferviente oposición a la unión con Alemania. El Partido
Nazi de Austria, apoyado con dinero y miembros desde Alemania, ejerció una oposición
creando continuas tensiones. En 1933, Dollfuss,
harto de los nazis por un lado, y los partidos de izquierda por otro lado,
decidió gobernar por decreto, es
decir, a modo de dictadura. Disolvió el Parlamento, al partido comunista, a los nacionalsocialistas y a todo aquel se
opusiera en su camino. En medio de este campo de batalla se encontraban los
socialdemócratas que aclamaban por la democracia. Sin embargo, recibieron palos
tanto por parte de Dollfuss como por
parte de los nazis, así que emprendieron al exilio. El partido nazi austríaco
iba acogiendo a todos aquellos que deseaban la unión con Alemania, y
consiguieron reforzarse y organizarse, preparados para iniciar una revuelta. En
febrero de 1934 Mussolini había garantizado la estabilidad de Austria, y en
marzo se firmaron los Protocolos de Roma
entre Austria, Hungría e Italia en el que, entre otras cosas, se garantizaba
protección de Austria ante un intento de invasión.
Engelbert Dollfuss |
El 25 de Julio de 1934
fue el pistoletazo de salida a la revuelta del partido nazi austriaco. Miembros
del partido, comandados por hombres de las SS austriaca, intentaron tomar el
Ministerio del Interior, la emisora de radio y la Cancillería. Aquellos que marcharon
a los dos primeros lugares fueron descubiertos a tiempo y arrestados. Sin
embargo, el resto consiguió entrar en la Cancillería, donde encontraron a Dollfuss y un pequeño grupo que
opusieron resistencia. La resistencia cayó, y el canciller resultó herido y
atrapado por los nazis, que rápidamente se vieron acorralados y fueron
arrestados por las fuerzas del gobierno. En Alemania, Hitler estaba viendo una
obra de Wagner mientras los sucesos se acometían. Finalmente, llegó hasta sus
oídos que Dollfuss había muerto en el
intento de golpe, pero que los perpetradores fueron atrapados. Contento por la
caída del canciller, ya que era su principal escollo a la hora de llevar a cabo la unificación con Austria,
decidió seguir con su plan de teatro más cena para dar a entender que no tenía
nada que ver con lo sucedido, cuando había sido él quien había impulsado el
golpe desde Berlín.
Al otro lado de Austria,
Mussolini se tiraba de los pelos (si hubiera tenido) ya que sabía de los avances
en los planes de Hitler. En el norte de Italia (Alto Adigio), había una alta presencia de austriacos, que,
ante una hipotética anexión de Austria por parte de Alemania, acarrearía
problemas.
Por aquel entonces, Hitler no era del agrado
de Mussolini. El fascista italiano veía el movimiento Nazi como ‘’un hijo degradado del fascismo’’ y
detestaba el antisemitismo de Hitler, ya que incluso dentro del movimiento
fascista de Mussolini, había judíos. El historiador Renzo de Felice comentó ‘’En
aras de la alianza con Hitler, Mussolini
sacrificó sin vacilar a los judíos italianos, aunque realmente no creía en su culpa
[…]. Del mismo modo que sacrificó espontáneamente a los judíos a Hitler, si
hubiera sido aliado de Stalin había sacrificado otra cosa. El aliado de Hitler
se convirtió en antisemita’’. Sobre el Mein
Kampf, Mussolini opinaba que era ‘’un
tomo aburrido que nunca sería capaz de leer’’. Tan distintos y a la vez tan
parecidos, que un día decían negro y otro decían blanco.
Tras la muerte de Dollfuss, Mussolini, ante la inminente invasión de Hitler, envió a la
frontera con Alemania a cinco divisiones, a sabiendas de que sería un conflicto
con pocas posibilidades de éxito para el bando italiano. Sin embargo, Hitler,
al enterarse del movimiento de Mussolini, se estremeció de los nervios. Si ocurría
aquel conflicto, solo habría dos salidas posibles. La primera, el presidente
Hindenburg firmaría la paz con Austria e Italia, y se desharía de Hitler en la
cancillería. Por el contrario, si se entablaran en combate, Alemania estaba en
inferioridad ante las tropas italianas y austriacas, además de estar aislada a
nivel internacional. Esta dicotomía hizo entrar en cólera, más aún, a Hitler,
que se mesaba de su pseudo-bigote. Fue entonces cuando tomó la salida política.
Envió a su vicecanciller Franz con Papen
(merecedor de un artículo) a Viena para llegar a un acuerdo. Las condiciones,
aceptadas por Hitler, fueron una marginación a los nazis de Austria por parte
de Berlín, entrega de los asesinos de Dollfuss
que consiguieron escapar y la renuncia de la anexión de Austria
.
Todos respiraron
tranquilos, ya que entrar en un nuevo conflicto no traería beneficios a ninguna
de las partes. Hitler dejó de lado el asunto de Austria, aunque no tardaría en
volver a la carga, esta vez con éxito, cuando en 1938 se produjo la tan ansiada
anexión de Austria, tras un empoderamiento de Alemania, y una firma secreta
entre Berlín y Roma en 1936, proporcionando Hitler a Mussolini ‘’el Mediterráneo como un mar italiano’’
y participando comúnmente en la guerra civil española junto a los falangistas.